Entrevista del IAI a Patricia Cerda
Patricia Cerda, por favor preséntese brevemente.
Se me hace más fácil hablar de mí en tercera persona. En Chile soy la escritora que vive en Alemania desde 1986 y en sus narraciones (ocho novelas, dos libros de cuentos) reeinterpreta la memoria cultural chilena y latinoamericana, rescatando especialmente el lugar que le cabe en ella a las mujeres.
Su novela Lucila narra el último viaje de la escritora al Valle delElquí , el valle que rodea el río Elquí en el norte de Chile, su región natal. ¿Por qué eligió esta etapa de la vida de Gabriela Mistral?
Es su viaje de despedida de su valle de Elqui, cuando ella misma sabía que su vida se apagaba lentamente. De hecho, murió tres años después. Me interesó explorar el reencuentro con sus raíces más íntimas y contar, a propósito de ello, sus inicios humildes. En la novela están muy presentes la madre de la poeta, Petronila Godoy y su hermana mayor Emelina, las mujeres de su infancia. Eran las tres solas, sobreviviendo con una dignidad bíblica en un paisaje imponente y mágico. El padre se fue de la casa cuando ella tenía tres años. La mística de la poesía mistraliana viene de esa patria chica, como ella llamó al valle de Elqui en varias cartas y entrevistas. Pero no solo eso, también su defensa de los derechos de las mujeres, su sororidad, su posición política en favor de la justicia social. En su reencuentro con esa patria chica en ese último viaje realizado en 1954, la poeta consagrada vuelve a ser Lucila Godoy, por eso el título de la novela: “Lucila”.
¿Qué imagen se tiene hoy de Gabriela Mistral y cómo ha cambiado? ¿Qué diferencias hay entre la recepción en Alemania y en Chile? ¿Qué estereotipos sobre Gabriela Mistral intenta contrarrestar? ¿Qué (nuevas) facetas le gustaría aportar con su novela?
La imagen de Gabriela Mistral ha cambiado bastante en las últimas décadas. Después de su muerte en 1957 cayó rapidamente en el olvido en Chile porque su posición política no alineada —ella se consideraba una socialista cristiana— no era conveniente para los movimientos de izquierda de inspiración marxista que se formaron en la década del sesenta. Durante el gobierno de la Unidad Popular (1970-1973) glorificaron a Pablo Neruda, el comunista autoproclamado poeta del pueblo. Y si en Chile no se ocupaban de mantener vivo el legado de Mistral, ¿entonces dónde? Durante la dictadura militar (1973-1990) su imagen fue utilizada y tergiversada. Gabriela Mistral fue presentada como una poeta conservadora y asexuada que escribía rondas infantiles. Recién desde los años 90 ha regresado el interés por leerla y comprenderla en toda sus dimensiones, que son muchas. Hoy la vemos como una poeta e intelectual de una poesía mística profunda, muy involucrada en temas políticos, como la justicia social, la igualdad de derechos de las mujeres, la reforma agraria, con una conección profunda con la naturaleza, por citar solo algunos aspectos.
En la última década han surgido grupos activistas LGTB que intentan apropiarse de Mistral declarándola lesbiana, lo cual pienso que no corresponde a la realidad. Si bien su último amor fue una mujer, la norteamericana Doris Dana, quien la acompañó los últimos ocho años de su vida, también dejó testimonio en sus cartas y poemas de haber amado a hombres como Rogelio Ureta y Manuel Magallanes Moure. De cada una de esas pasiones quedaron huellas literarias magníficas. Yo pienso, más bien, que Mistral se enamoraba del alma de las personas y no de los genitales.
¿De qué manera Gabriela Mistral actuó como embajadora de América Latina en Europa?
Ya en el primer viaje de Mistral a Europa en 1924-1925, financiado por el gobierno de México, cumplió la función de una suerte de embajadora de ese país, para explicar a los intelectuales europeos los cambios que habían surgido en México después de la revolución. Posteriormente, cuando la llamaron a trabajar en el Instituro de Cooperación Internacional de la Liga de las Naciones, a partir de 1925, se dedicó a dar a conocer la literatura latinoamericana en Francia. Promovió traducciones, escribió artículos sobre autores, participó en congresos. Lo siguió haciendo cuando fue cónsul de Chile en Madrid y en Lisboa en la década de 1930. Más allá de sus funciones consulares, era la embajadora cultural de todo un continente. Un continente, por lo demás, que ella conocía muy bien. Mistral viajó por casi toda América Latina dando conferencias sobre diversos temas y se relacionó con intelectuales y escritores.
Una de las razones del otorgamiento del Nobel fue su fuerte idealismo latinoamericano. Era considerada la voz más importante del continente.
Mistral estuvo en contacto con María Montessori. ¿Qué objetivos educativos y pedagógicos tenían en común?
Yo pienso que entre Montessori y Mistral hubo coincidencias más que influencias. Gabriela Mistral empezó a trabajar como maestra rural cuando tenía apenas 15 años por asuntos de supervivencia, para apoyar financieramente a su madre. En el campo de la pedagogía fue una autodidacta que supo absorver lo mejor de los modelos de su época como Tagore, Montessori, Tolstoi y otros. No escribió manuales para profesores, sino artículos, consejos en forma de decálogos y selecciones de lecturas orientadoras como su famoso libro Lecturas para mujeres, publicado en México en 1924, que influyó a varias generaciones. Hay que tener en cuenta que en ese tiempo América Latina recién comenzaba a despojarse de su herencia colonial. Educar era, en gran parte, civilizar a masas indígenas y mestizas analfabetas olvidadas por siglos por el estado imperial español. Gabriela Mistral formó parte de la cruzada educativa mexicana impulsada por José Vasconcelos. Su sueño era educar a todo el continente. Su corazón estaba dividido entre la poesía y la pedagogía.
¿Qué obra de Gabriela Mistral leyó primero y qué significa para usted su obra literaria para su propio trabajo literario?
Lo primero que leí de ella fueron las cartas que le envió al poeta Manuel Magallanes Moure después de haber recibido el premio de los Juegos Florales por Los Sonetos de la Muerte en 1914. Durante nueve años le escribió unas misivas muy apasionadas que fueron publicadas en Chile en 1978 con el título Cartas de amor y desamor. Recibí el libro de regalo cuando tenía diecisiete años. Me llamó la atención su sinceridad, lo directa que era cuando se describía como una mujer fea y una mala persona, porque no perdonaba nunca los agravios recibidos. Me quedé con la imagen de una mujer de carácter fuerte que no hacía concesiones y sabía muy bien lo que quería, porque ella fue la iniciadora de esa correspondencia. Ella era la que marcaba el tono, la que no se avergonzaba al describir sus sentimientos. Me impresionó su facultad autoauscultatoria, que también está en muchos de sus poemas. Con ella aprendí que la sinceridad es un talento ligado a la humildad.
Cuando decidí escribir sobre Mistral, lo hice porque quise conocerla mejor y aprender de ella. Sabía que me daría impulsos literarios y existenciales. Sabía, sobre todo, que me sorprendería. La mujer poeta que descubrí escribiendo Lucila no es la que aparece en las descripciones de siempre, por ejemplo, en Wikipedia.
En sus novelas aborda la historia de Chile y personajes históricos. ¿Qué le atrae del material histórico y de las novelas históricas?
Primero que nada, puedo decir que mi formación de historiadora me predispone a escribir novelas históricas. En mis ficciones me interesa rescatar la memoria cultural chilena y latinoamericana, especialmente, el lugar que les cabe en ella a las mujeres. Intento reinterpretar el pasado desde la perspectiva del siglo XXI. Nunca pierdo de vista el presente, pero creo que para entenderlo mejor es necesario ahondar en los procesos que nos han traído hasta aquí con una mirada lo más libre posible, ausente de hipocresía. Me gusta inventar personajes que vivieron en carne propia procesos tan formadores de nuestra cultura nacional como la Guerra de Arauco o viajar al siglo dieciocho en un país aislado, apenas conectado con el resto del Imperio español, y descubrir a un pueblo mestizo ideando mecanismos de supervivencia. Nada de eso se ha perdido, solo transformado y forma parte del sustrato de lo que somos hoy como cultura-nación chilena.
¿Qué importancia tiene para usted, como autora y como berlinesa con raíces latinoamericanas, una biblioteca como la del Ibero-Amerikanisches Institut?
La biblioteca del Ibero es fundamental para mis investigaciones. La considero un tesoro en que encuentro todo lo que necesito para ser una escritora feliz: los clásicos hispanoamericanos, las nuevas creaciones de mis colegas, las monografías que me aclaran las épocas y procesos en los que me sumerjo. Actualmente estoy escribiendo un texto ambientado en Chile durante los ochenta, en plena dictadura militar, para el cual obtuve una beca del Senado de Cultura de Berlín. Para reambientarme en un tiempo que yo misma viví antes de venirme a Berlín, estoy revisando las revistas de oposición de esa década. ¿Dónde podría hacerlo, sino en el Ibero?